Dando pasos «Al Faro» de Virginia Woolf

Virginia Woolf en Al faro (1927) nos regala una expresión nítida y directa, dentro de una traducción magnífica que respeta los recursos del lenguaje y nos traslada la belleza del original. Como todo el mundo sabe, Virginia fue muy reconocida por esta obra, ya que fue una las primeras manifestaciones de aquella novela donde no pasan los días, pero se nos muestran las personas tal y como son, desde una perspectiva múltiple. Durante su lectura, somos conscientes de que estamos ante una novela, que se podría denominar, de introspección, donde el diálogo y el monólogo interior se desdibuja entre una prosa llena de poesía y magníficas descripciones de la miseria más humana: el pesimismo.

Esta novela no se divide en capítulos sino que toma una forma curiosa que la dota de cierto dinamismo dentro del estatismo en el que vive la acción, casi inexistente. Al comenzar se nos ofrece una panorámica general de la cena que se está organizando para la misma noche y las actividades que se llevan a cabo antes de este importante momento. En esta primera parte denominada “La ventana” observamos la vida interior de la Señora Ramsay y de Lily Briscoe, las dos mujeres principales de esta historia. Ellas nos muestran la división entre dos momentos de la sociedad.

Por un lado, la Señora Ramsay, su protagonista hasta el final aún cuando se precipitan los hechos, es una abnegada ama de casa, esposa de profesor de Filosofía, madre y agente de la caridad, que nos muestra el conflicto entre el deseo y la realidad. Ella sufre las consecuencias de una sociedad aún en plena apertura, que se dibuja entre las vidas de los numerosos personajes que habitan la residencia temporal de los Ramsay. Ella es el pilar principal de la vida de sus hijos, de sus invitados y, por supuesto, de su marido, el cual desata en ella pequeños momentos de ira contenida, al pedir y no soltar suficiente, así como en aquellos momentos donde sus juicios negativos lo convierten en su peor enemigo.

Sin duda, una de las escenas que más me emocionó, dentro de ese maremágnum de perspectivas, fue la escena de ella misma leyendo poesía y creyendo que, por su falta de formación o por su condición de mujer, no entendía aquellos usos del lenguaje pero si era capaz de sentir la belleza.

Frente a ella, está Lily Briscoe, una joven pintora que no desea contraer matrimonio pero que tampoco encuentra la vía de expresión para su arte mientras reside en aquella casa, bajo la sombra alargada de los Ramsay. Ella llega allí para retratar a la señora con su hijo, en una tierna escena de maternidad y amor y durante ese proceso de creación pictórica, que se muestra a lo largo del libro, ante nuestros ojos vemos a un nuevo tipo de mujer, la que busca su independencia y que no termina de ceder por otros.

En la segunda parte o “El tiempo pasa”, la casa inhabitada durante 10 años es tomada por el tiempo y la soledad, convirtiéndose en un organismo vivo que, aún siendo cuidado por las antiguas criadas, sigue deteriorándose, a la vez que las desgracias en la vida de la familia principal aparecen como pequeñas motas de polvo en la poética descripción. En esta parte, el único personaje que sobresale es el tiempo, bajo el halo de la guerra, el humo y las bombas que traen tristeza a Londres y a la propia casa que, por razones del destino, está falta de vida.

“Aunque todo lo demás muriera y desapareciese, lo que allí yacía era permanente”.

Llegamos a la tercera parte o “El faro”, el trasunto que mueve todo el hilo argumental de la historia, esa excursión nunca realizada por la familia Ramsay y que, tras una serie de desdichas, parece próximo a ocurrir. En las primeras páginas de este último tramo, sentí una especie de alegría por ver como la casa volvía a respirar y a vivir por momentos y como la vida había seguido, dándole a Lily Briscoe una evolución personal diferente a la del resto de personajes. En esta parte, ella es la absoluta protagonista aunque se aciertan momentos donde los hijos del señor Ramsay aparecen y desaparecen, enterrando ya de una vez un hacha y una deuda para con su madre y con él. Durante la misma, consigue acabar el cuadro que empezó diez años antes, olvidando por una vez esa inseguridad tan similar a la de la señora Ramsay y guiándose por sí misma, rompiendo las cadenas que le unían a esa obligación de compadecerse que arrecia toda la obra.

Virginia no nos da un final redondo, lo deja todo en suspensión porque la vida sigue, la casa continuará en pie y desde sus ventanas se podrá adivinar la luz del faro deseado, por el cual es posible el crecimiento y el perdón.

Faro de Águilas (Murcia).

 

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